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MANUAL PARA CRUZAR DE OCÉANO

 

El ojo se abre en cualquier madrugada.

Ud. sale del sueño, cual pez en los aires

del hombre,

y lo sujeta,

pero la cama fondea su lomo.

Ud., amigo, no ve nada.

La noche, en sus pupilas líquidas,

es una estela de abejorros.

No tiemble: los cuervos no son sino la sombra

de las aves más bellas.

Respire hondo desde las branquias.

Verá que asoma una que otra claridad,

que se articulan los huesos,

las paredes de su cueva,

los aires del hombre que circulan por su cara.

Vuelva al sueño, si prefiere.

Esta ciencia actúa al otro lado.

Pruebe su eficacia entre dos laberintos

y navegue.

EL REFLEJO

Mi abuela era una devoción primaria.

Era          también el sabor de la manzanilla, las chompas de lana,

las polaroid en b/n, las anchas caderas de los 50,

los boleros de Lucho Gatica, las tardes de cinema,

la palabra «cinema» y un largo etc. que no quiero

malograr con el lugar común.

Luego nos unió una pérdida, la consternación.

En mi abuela

cayó la vejez y una babel neurológica,

en mí, el estirón y sus larvas conexas.

Descubrí en ella

algo más que un anecdotario de alegrías:

mi espejo biológico.

Debo mencionar la ansiedad

de mirarla de frente

con una mueca no correspondida.

 

UN ESCARABAJO EN LA MAREA

 

Me hago a la mar en mi Volkswagen Escarabajo.

Navego con un remo y sus frenos fieles

[prolijo ensamblaje alemán del 72].

Lo pinté de dorado, color conveniente

en la hora fuerte del sol,

pues ciega, por igual, a gaviotas y a bañistas.

Ocurre que esta ciudad ya no es lugar para mi auto:

lo despiden cláxones zumbando en el desierto

y una pala de tierra sobre su lata.

Una vez que alcancemos altamar,

lo dejaré hundirse.

Yo volveré sin el remo, pues no tengo apuro.

Lentos braceos me devolverán a la orilla.

Mi auto no será peligro para barcos

ni atracción de buceadores.

Se hundirá tranquilo a morar con los peces,

oculta entre las algas su armadura

y la sal le será hospitalaria.

En el final,

lo ha de roer la ceniza de los mejores muertos.

 

VARIEDAD DE LAS AGUAS

 

1.

Una ducha no es poética.

No es, digamos, el mar,

favorito de las fábulas

y con tanto prestigio.

Una ducha no es poética,

pero si estamos juntos,

apretados

bajo el dominio

de cañerías resecas

y el jabón almendrado,

nos define un arte:

dos humedades perfectas.

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