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II

Milagrosamente salvamos una parte. Sólo te reclamo el manantial de madre en tiempo austero y las hojas que miran desde el charco, como miramos nosotros desde la bolsa de agua. Rastreando la costumbre me vaciaron los remolinos. ¿A dónde iremos con el musgo en los pies? Hoy también es la hora ventral, verde en el centro de las alucinaciones, un traje de mentiras colgado de las ramas, todo el muro en catarata sobre las raíces. ¿Y qué imaginamos cuando cruza nuestras frentes, dejándonos en la madrugada como insectos moribundos? Nos balanceamos en los mismos hilos, cada vez más cerca, sin chocar, cruzando apenas el pelo, las líneas de la mano. Una ronda líquida en el centro de la mesa puede hablarnos de la memoria. Entonces cantamos mirando tu corona, tu saliva ardiendo en cada plato, las agujas que chorrean hacia la garganta. ¿Será tu sangre impune en el dolor? Nadie me obliga a morir atenta.

En la penumbra de los descuidos buscamos tu fuente de jugo triste. Estamos flotando. La nieve oculta debajo de la alfombra retoños y pulsaciones.

 

 


VII

 

En todos los inviernos cerramos los brazos. Descarne de la transformación. Sé que merodean los salvajes, que sus guaridas están vacías. Bajaremos juntos por la sombra del árbol, abandonados en las mismas palabras. Él dirá mi nombre, yo la nombraré a ella, ella volverá a llamar, círculo de identidad entre seres distintos. Jadeo, aullidos, quejas de sobresalto, fieras extinguidas pero al acecho. En todos los inviernos la misma celda. Atrapar al otro primero, que es uno. Al que le sigue, que vuelve a ser uno en el otro. Historia repetida como el goteo en el techo de la fría estación. Después esperaremos el viento, en la puntual cena, como un puntual tren que vendrá, que barrerá el pan sobre la mesa, los dientes apretados, la turbulencia del mantel. Devorará todo a su paso: las delicadezas, las mentiras piadosas, un amanecer en dudas, la humillación, el pensamiento, lo irreconocible, las certezas. Y dejará el miedo como memoria, como alimento único sin piedad en las bocas congeladas. En todos los inviernos bajamos los brazos. Los inexpertos del amor en la casa desolada vacían el hambre en las grietas oscuras de su dependencia.

 

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